Era una mañana de domingo preciosa. El puerto estaba prácticamente vacío, salvo por unos pocos turistas que esperaban embarcarse hacia las islas. Hasta el graznido de las gaviotas me gustaba. Me sentía más vivo y optimista que nunca.
Seguía de pies mirando al agua. ¿Qué debía hacer después? No tenía mi cartera, así que coger el tranvía o el metro quedaba totalmente descartado; daba igual, una caminata de media hora me sonaba bien.
Llegué al portal de mi casa. Como no tenía llaves, piqué a la Sra. Wong, la vecina de enfrente.
-¡Buenos días, señora!- Le saludé, enseñándole todos los dientes- ¿Le importaría dejarme una copia de las llaves de mi piso?
-Señor Morgan- Me miró mientras se ajustaba sus enormes gafas redondas. Tenía una voz aguda, chillona, rápida, desagradable. Y podemos obviar la dificultad de su acento.- Qué pintas lleva.
-Así es- Hoy tenía paciencia- Hace una mañana estupenda para correr.
-¿Usted bien? Usted muy contento. ¿Triunfar anoche?
-Bueno, señora, simplemente pretendía ser amable, no hacerme amigo suyo. Así que, por favor, si se puede dar prisa…
-Ya extrañar a mí… - Sacó un enorme manojo de llaves, y comenzó el ritual de fallo y repetición para dar con la llave que abría mi puerta.- Yo saber que usted demasiado contento para ser verdad. Yo preguntar quién morir…
-Yo- Murmuré entre dientes, con media sonrisa. La señora Wong estaba extrañada. O al menos me lo parecía. No sé, nunca se me había dado bien leer las emociones en el arrugado rostro de mi vecina coreana.
Por fin, la señora Wong encontró la llave correcta.
-Tenga un buen día- gritó la señora
-Seguro- Respondí, entrando rápidamente sin mirarle a penas y cerrando la puerta tras de mí.
Estaba en casa. Por algún motivo, quería llegar a casa… ¿Cuál era? Ah, sí, el teléfono. Descolgué el teléfono inalámbrico y marqué un número de memoria. Con el teléfono en la oreja, mientras daba señal, fui hasta mi cuarto y me desabroché la camisa. Al pasar por delante del espejo del vestidor, volví a ver en mí la extraña palidez que había notado antes. Era enfermizo… Click!
-¿Hola?- Respondió una voz al otro lado del teléfono.
-¡Hola! Michael, ¿eres tú? Soy papá.
-Ah, hola papá.
-Está Mir… ¿Está mamá en casa?
-Sí, ahora te la paso, papá. – Sonó un “¡¡¡mamááááá!!!” al otro lado de la línea.- Ahora se pone.
-Bien, gracias. Bueno, Michael, ¿qué tal estás?
-Muy bien. Me lo pasé genial en el campamento.
-¿Campamen…?- Tendría que haberme quedado callado.
-¡Papá! ¡El campamento de Hockey! ¿No te acuerdas? ¡Te lo dije el último fin de semana que estuvimos juntos!
-Ah sí… Por supuesto, hijo, claro que me acuerdo.
-Seguro… Bueno, aquí te dejo a mamá. Hasta luego
-¡Adiós, hijo! ¡Pórtate bien!- “Dios…”
-¿Sí?
-¡Miranda! Soy Frank, ¿qué tal estás?
-Bien…
-¿Todo bien?
-Sí, estamos todos bien… ¿Qué quieres?
-No, nada, sólo quería ver qué tal estabais- Solté una pequeña risa- Sólo quería decirte que… lo siento mucho por todo…
-Frank, suenas muy raro, ¿te encuentras bien? ¿Pasa algo?
-Sí, sí, estoy bien, no te preocupes. Acabo de llegar del hospital y…
-¿Hospital? ¿Ha pasado algo?
-Bueno, tuve un ataque al corazón… Bueno, lo que quería decir es…
-¡¿Un ataque al corazón?! ¡Por Dios, Frank! ¿Por qué no nos avisaste?
-No te preocupes, estoy bien. He estado…- Ahora conseguí cerrar la boca a tiempo- Bueno, he estado mal, pero ahora ya estoy mucho mejor, no te preocupes.
-¿Eres tonto? ¿Y si hubiera pasado algo? Eres un irresponsable, Frank, que ahora te murieses sería lo único que les faltaría a tus hijos.
-Mir... Bollito… Lo siento…
-¡No me llames así! Por Dios, Frank, ¿no te…?
-Miranda, ¿quieres quedar esta tarde?
-… ¿Perdón?
-¿Quieres quedar a la hora de la comida? Quiero hablar contigo, tengo algo que decirte.
-Frank, no sé…
-Miranda, por favor. Simplemente quiero hablar tranquilamente contigo, a la cara, no a través de una línea que cualquiera podría estar escuchando. Sé que no quieres ni verme. Y me temo que la única razón por la que querrías que te avisaran si yo muriese, no es porque te importe la más mínima parte de lo que importaba cuando estábamos juntos, sino por todo el dinero que os estoy dando a ti y a los chicos. Pero por favor, Miranda, queda conmigo esta tarde. Sé que no me lo debes, y que posiblemente ni siquiera lo merezca; pero… Si es que alguna vez te he importado, hazme este favor.
-Joder, Frank, sabes que no es… Bueno, vale, quedaremos para comer, Señor Tragedias. Tú y yo; los niños se van con mis padres a Vauxhall toda la tarde.
-¡Perfecto!- Cambié mi registro- ¿Quedamos a las 12 en el Tim Horton’s de Bloor con St. George?
-… Joder, Frank, no hay quien te entienda- Me pareció escuchar una pequeña risa- Vale, a las doce en punto ahí estaré.
-Genial. ¡Nos vemos, bollito!
-¡No me llames a…!- Colgué antes de que acabara esa frase.
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